Oraba por un abrazo estando en llamas —restáurame—, decía, y todo mi cuerpo era un solo crepitar. Sabía de los caminos que desaparecen por el fuego, y ninguno, salvo el tuyo, podía llevarme a ti. Hablaba sobre teorías de la destrucción, pero mi falta de práctica me hacía, en tus manos, tan dócil como una lámpara. No me tuve piedad para encontrarte; tú, en cambio, tuviste siempre infinita ternura.
Leyddy Dhianna Reynoso Caraballo.
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