viernes, 23 de septiembre de 2011

A la mujer de la imagen...

Sus ojos se asemejaban a hondos e inescrutables pozos, su oscuridad era indescriptible, mirarme en ellos me provocaba severos escalofríos, su sonrisa poseía todo el mar y sus blancas sales, sus manos me intimidaban, anudaban ternura y necesidad, una profundidad inquietante que me hacia divagar entre el cielo y el infierno, como si me cayera, como si descendiera bruscamente de cada uno de sus dedos, sus hombros como balanzas desequilibradas se tendían de un lado a otro, la flexibilidad de sus piernas me invitaba a estudiar minuciosamente todas las posibilidades de escaparme. Su porte de dama refinada, su vestido negro que absorbía los colores más intensos me dejaba sin nada para identificar el día en una habitación de ventanas cerradas y fondos grisáceos.
Ella seguía insinuante, inasible a mis suplicas, a mi desesperación, a esa angustia que iba deshaciendo su imagen como cuando tomas un fósforo y enciendes un papel y ves como sus restos quedan dispersos en el piso y va llenando de tizne hasta el último resquicio.
Esperaba un movimiento espasmódico de tanto tiempo en pie y la sonrisa intacta. Pensaba que podía tener hambre y aun asi sus facciones denotaban una total y absoluta felicidad ¡que extrañeza!, ¿acaso no debían dolerle sus extremidades?, ¿ Por qué resistía?, ¿de que bendito material estaba hecha?, si yo, quien se jactaba de ser inquebrantable, ya no aspiraba a nada, alguien había vertido una y otra vez el mismo instante, el mismo sujeto y mi cuerpo y la manera de entrar más grosera por donde no debieron pasar jamás sino aquellos consagrados al amor, donde mis senos pueriles descubrieron la misma boca del demonio.
No importa, era de esperarse, que tanta media luna en los labios fuera imán para las mariposas más bellas y los insectos más asquerosos.
Ahora intentaba olvidar aquello, obviar el suceso y lo que le había contado, ambas preocupaciones calaban en mi cabeza una y otra vez, caminaba de un lado a otro con una ansiedad inexplicable y ya no pude. Levanté mi rostro, levemente inclinado, mirándola fijamente le dije:
-No… Es verdad que no importa. Pero necesito que sepas que sí, que he sufrido, mientras permaneces inmóvil.

Jolie. Todos Los Derechos Reservados.

No hay, no hay...




Aquí no hay espacio,
huele a desorden y a voces infantiles,
detenida, inerte, en el primer escalón
queda, duerme, permanece la poesía
porque no hay espacio al menos que amanezca
con los ojos cerrados al cansancio
sin que el niño despierte y
ellos dejen de hablar en el más profundo
sueño de los juegos del día.

No hay espacio para recordar la huida en medio
de vocales

entonces diré, diré...
¿se justifica el abandono
si hay refugio?



Jolie. Todos Los Derechos Reservados.

viernes, 16 de septiembre de 2011

De lo que siempre sucede...




Llegué tarde a casa,
la comida estaba fría,
Blanquita parecía bailar con sus patitas al aire,
los niños habían regado arroz
desde la silla a la mesa
desde la mesa al piso,
desde el piso hasta el patio,
mi madre colaba el café,
mi padre esperaba impaciente algo de
oscuridad para su estomago,
arriba daba vueltas el techo,
las elipses defiguraban mis ojos,
veía mi carne dispersa entre la pared y
el cuadro, entre el cristal y las verjas;
la gata se enradaba en mis pies
entorpeciendo mis pasos.
Pasé a la sala, pasé a mi cuarto,
mi cartera cayó sobre la cama como una piedra
enorme. Quité mi ropa, el pelo de mi cuello,
los zapatos de mis pies como quien se despojara
de cientos de libras. Me sentí calmada frente a los
niños gritando.

Subí las escalera,
tomé el telefono.
No había comido.
Tu voz amor, desafiaba el hambre,
mi madre y la vecina,
el arroz y los niños,
Blanquita y el techo,
el cristal y las elipses,
las verjas y mi padre.

Jolie. Todos Los Derechos Reservados.